viernes, 4 de junio de 2010

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Soliloquio vacío-lleno.




No podría precisar una causa o una razón para tanto alboroto, ya que no podrían mis ideas llegar a un consenso y encontrar una finalidad adecuada para todas ellas. Tan dispersas son éstas que no creo poder unirlas en unas cuantas líneas. Y unirlas no es la finalidad de esto, al contrario, si alguna se me queda en el tintero, pues en el tintero ha de quedarse y no me preocuparé por ella mayormente. Ojalá la causa fuera tan simple como unirlas, mas esto me recuerda a la introducción que se hace en El Túnel, donde el protagonista explica que narra los acontecimientos con el motivo de que alguna persona en el mundo pudiera entenderlo. Pero no, yo no busco eso. Antes quizás lo hacía, pero hoy no. Mi reciente acercamiento con la hermenéutica me ha hecho negarme ante la posibilidad de ser comprendida. Nadie fuera de mí podría entender. Y si ésta no es la causa, entonces ha de haber otra…pero por mientras, prefiero creerla por desconocida. Creerme ignorante aun conociendo la verdad, por miedo a ésta.

Un día despertó y nada tenía sentido. Así de simple. Pero, ¿por qué ese día todo había perdido el sentido y no cualquier otro día?. Simplemente porque ese día despertó. Los otros días no despertaba realmente. Y fuera de sí encontró figuras tristes y absurdas, pero no más de lo que eran las figuras internas, que lo venían acompañando hace tantos años, por lo tanto no tuvo miedo. ¡Qué afortunado era en esos tiempos en que tenía la esperanza de que era el mundo contra él y no él contra sí mismo!. Era tan afortunado ignorando que eso mantenía vivo el espíritu esperando cambios externos, pero ahora hasta un necio podía entender que su tranquilidad ante las figuras tristes y absurdas que sus ojos veían evidenciaba el terror que sentía por sus propias creaciones mentales, las reales causantes de tanta obnubilación.

Y ante eso, ya nadie podía hacer nada.

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