martes, 15 de febrero de 2011

Comí galletas desesperada, a una velocidad incalculable y sin detenerme ni para tragar. Mascaba sin pensar en la decencia o la cordura, observando las imágenes que aparecían en el envase, mostrando galletas mucho más frescas que las que se molían dentro de mi boca, e imaginaba que eran éstas las que yo comía, y la ansiedad aumentaba, y aumentaba, hasta sentir ganas de vomitarte todo este vacío que siento y de contarte que lo más triste de todo era saber que este rompecabezas ya no es nuestro, sino tuyo y mio, que son dos, uno propio y otro ajeno a mí, que estamos solos, más que nunca solos.